miércoles, 10 de marzo de 2021

SI LOS POETAS FUERAN MENOS TONTOS…

 



·         Boris Vian

Si los poetas fueran menos tontos

Y si fueran menos perezosos

Harían a todos felices

Para poder dedicarse en paz

A sus sufrimientos literarios

Construirían casas amarillas

Con grandes jardines delante

Y árboles llenos de pájaros

Mirliflautas y lisosos

Parongros y verderones

Y pequeños cuervos muy rojos

Que dirían la buena ventura

Habría grandes chorros de agua

Con luces dentro

Habría doscientos peces

Desde el crusco hasta el ramusón

De la libela al pepamulo

De la aguja al rara curul

Y de la avela al cañizón

Habría aire completamente nuevo

Perfumado con el olor de las hojas

Comeríamos cuando quisiéramos

Y trabajaríamos sin prisa

Para construir escaleras

De formas nunca vistas

Con maderas veteadas de malva

Suaves como ella bajo los dedos

~

Pero los poetas son muy tontos

Escriben para comenzar

En vez de ponerse a trabajar

Y eso les da remordimientos

Que conservan hasta la muerte

Encantados de haber sufrido tanto

Les dan grandes discursos

Y se les olvida en un día

Pero si fueran menos perezosos

Sólo en dos serían olvidados.

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Boris Vian fue un músico, cineasta poeta y escritor, que marcó la vida cultural de Francia y Europa a pesar de su prematuro deceso. Representante de la contracultura, la anarquía y la reinvención de los géneros clásicos, el prolífico artista —más de 10 novelas, 6 poemarios, incontables ensayos y canciones que firmó indistintamente bajo 39 heterónimos diferentes— influenció a un sinnúmero de músicos y poetas de la segunda mitad del siglo XX, particularmente a la segunda generación de la Chanson Francaise (Georges Brassens, Jacques Brel, y Charles Aznavour, entre otros) y a escritores tan dispares como Ives Bonnefoy y Bertrand Blier. Varias de sus novelas fueron adaptadas al cine y, dato curioso, Boris Vian murió de una arritmia cardiaca en la première de una película basada en su novela J’irai cracher sur tous vos tombeaux (Iré a escupir sobre todas sus tumbas) y con la cual él siempre estuvo en desacuerdo.

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·         * No quisiera morir, 1962 (póstumo). Traducción de Juan Antonio Tello.

·         **Imagen: hojas-arbol-solitario-niebla_442-19323702

 

domingo, 7 de febrero de 2021

AUGUSTO MONTERROSO

 



“El concierto”…

La literatura de Augusto Monterroso, incide fundamentalmente en el análisis de la naturaleza humana desde una óptica irónica; sin embargo, es difícilmente clasificable, sus textos son breves en general, de género impreciso, en la frontera del relato y la fábula, del ensayo y el aforismo, escritos con sentido del humor y de la sorpresa. Innovador y renovador de los géneros tradicionales, específicamente de la fábula, se reconoce su importancia por el cambio que introduce en la literatura latinoamericana del siglo XX, siendo esa brevedad e ironía dos de sus cualidades estilísticas. Sus palabras denotan una brillante imaginación resuelta en sutilezas. La paradoja y el humor fino, apoyados en una enorme capacidad de observación y plasmados en una prosa de singular precisión, denotan una fantasía exuberante y una extraordinaria concisión.

Augusto Monterroso, nació en Tegucigalpa, Honduras, en 1921 y falleció en la Ciudad de México, en 2003. Es uno de los escritores latinoamericanos más reconocidos a nivel internacional. Aunque nacido en Honduras, Augusto Monterroso era hijo de padre guatemalteco y optó por esta nacionalidad al llegar a su mayoría de edad. Participó en la lucha popular que derrocó a la dictadura de Jorge Ubico y posteriormente hubo de exiliarse. Con un paréntesis en Guatemala y algún destino diplomático, vivió desde 1944 en México, donde trabajó en la UNAM y, como traductor, en el Fondo de Cultura Económica.

De formación autodidacta, desde muy joven alternó la lectura de los clásicos de las lenguas española e inglesa con trabajos que le servían para contribuir al sostenimiento de su familia. Fue cofundador de la revista literaria Acento y se le ubica como integrante de la Generación del 40. Escritor de fama internacional, mereció importantes galardones y reconocimientos, como el premio nacional de cuento Saker-Ti (Guatemala, 1952), el premio de literatura Magda Donato (México, 1970), el Xavier Villaurrutia (México, 1975), la Orden del Águila Azteca (México, 1988), el premio literario del Instituto Ítalo-Latinoamericano (Roma, 1993), el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1997), el Príncipe de Asturias (España, 2000) y el Juan Rulfo (México, 2000).

Una gran variedad de temas se aúna bajo una misma visión de la vida en Augusto Monterroso: irónica, amarga y tierna al mismo tiempo. Sus libros breves, escuetos y casi perfectos, dan un ejemplo singular de coherencia vocacional que es, como el propio autor, difícil y huidiza, crítica y autocrítica, tímida y osada, ya que los caracteriza una manera muy especial de observar y transmitir la realidad. Traducida a varios idiomas, la obra de Augusto Monterroso incluye títulos como El concierto y el eclipse (1947), Uno de cada tres y El centenario (1952), Obras completas y otros cuentos (1959), La oveja negra y demás fábulas (1969), Movimiento perpetuo (1969), Animales y hombres (1971), Antología personal (1975), Lo demás es silencio (1978), Las ilusiones perdidas (1985), Esa fauna (1992) o La vaca (1998).

Una aproximación directa a su persona ofrece la colección de entrevistas Viaje al centro de la fábula (1981); en 1993 publicó Los buscadores de oro, libro de memorias. En algunos de sus últimos libros se acrecienta el carácter misceláneo de su obra: La palabra mágica (1983) y La letra e (1986). Monterroso es uno de los máximos escritores hispanoamericanos y uno de los grandes maestros del relato corto de la época contemporánea. Gabriel García Márquez, refiriéndose a La oveja negra y demás fábulas, escribió: "Este libro hay que leerlo manos arriba: su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y la belleza mortífera de la falta de seriedad".

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EL CONCIERTO *

Dentro de escasos minutos ocupará con elegancia su lugar ante el piano. Va a recibir con una inclinación casi imperceptible el ruidoso homenaje del público. Su vestido, cubierto de lentejuelas, brillará como si la luz reflejara sobre él el acelerado aplauso de las ciento diecisiete personas que llenan esta pequeña y exclusiva sala, en la que mis amigos aprobarán o rechazarán —no lo sabré nunca— sus intentos de reproducir la más bella música, según creo, del mundo.

Lo creo, no lo sé. Bach, Mozart, Beethoven. Estoy acostumbrado a oír que son insuperables y yo mismo he llegado a imaginarlo. Y a decir que lo son. Particularmente preferiría no encontrarme en tal caso. En lo íntimo estoy seguro de que no me agradan y sospecho que todos adivinan mi entusiasmo mentiroso.

Nunca he sido un amante del arte. Si a mi hija no se le hubiera ocurrido ser pianista yo no tendría ahora este problema. Pero soy su padre y sé mi deber, tengo que oírla y apoyarla. Soy un hombre de negocios y sólo me siento feliz cuando manejo las finanzas. Lo repito, no soy artista. Si hay un arte en acumular una fortuna y en ejercer el dominio del mercado mundial y en aplastar a los competidores, reclamo el primer lugar en ese arte.

La música es bella, cierto. Pero ignoro si mi hija es capaz de recrear esa belleza. Ella misma lo duda. Con frecuencia, después de las audiciones, la he visto llorar, a pesar de los aplausos. Por otra parte, si alguno aplaude sin fervor, mi hija tiene la facultad de descubrirlo entre la concurrencia, y esto basta para que sufra y lo odie con ferocidad de ahí en adelante. Pero es raro que alguien apruebe fríamente. Mis amigos más cercanos han aprendido en carne propia que la frialdad en el aplauso es peligrosa y puede arruinarlos. Si ella no hiciera una señal de que considera suficiente la ovación, seguirían aplaudiendo toda la noche por el temor que siente cada uno de ser el primero en dejar de hacerlo. A veces esperan mi cansancio para cesar de aplaudir y entonces los veo cómo vigilan mis manos, temerosos de adelantárseme en iniciar el silencio. Al principio me engañaron y los creí sinceramente emocionados: el tiempo no ha pasado en balde y he terminado por conocerlos. Un odio continuo y creciente se ha apoderado de mí. Pero yo mismo soy falso y engañoso. Aplaudo sin convicción. Yo no soy un artista. La música es bella, pero en el fondo no me importa que lo sea y me aburre. Mis amigos tampoco son artistas. Me gusta mortificarlos, pero no me preocupan.

Son otros los que me irritan. Se sientan siempre en las primeras filas y a cada instante anotan algo en sus libretas. Reciben pases gratis que mi hija escribe con cuidado y les envía personalmente. También los aborrezco. Son los periodistas. Claro que me temen y con frecuencia puedo comprarlos. Sin embargo, la insolencia de dos o tres no tiene límites y en ocasiones se han atrevido a decir que mi hija es una pésima ejecutante. Mi hija no es una mala pianista. Me lo afirman sus propios maestros. Ha estudiado desde la infancia y mueve los dedos con más soltura y agilidad que cualquiera de mis secretarias. Es verdad que raramente comprendo sus ejecuciones, pero es que yo no soy un artista y ella lo sabe bien.

La envidia es un pecado detestable. Este vicio de mis enemigos puede ser el escondido factor de las escasas críticas negativas. No sería extraño que alguno de los que en este momento sonríen, y que dentro de unos instantes aplaudirán, propicie esos juicios adversos. Tener un padre poderoso ha sido favorable y aciago al mismo tiempo para ella. Me pregunto cuál sería la opinión de la prensa si ella no fuera mi hija. Pienso con persistencia que nunca debió tener pretensiones artísticas. Esto no nos ha traído sino incertidumbre e insomnio. Pero nadie iba ni siquiera a soñar, hace veinte años, que yo llegaría adonde he llegado. Jamás podemos saber con certeza, ni ella ni yo, lo que en realidad es, lo que efectivamente vale. Es ridícula, en un hombre como yo, esa preocupación.

Si no fuera porque es mi hija confesaría que la odio. Que cuando la veo aparecer en el escenario un persistente rencor me hierve en el pecho, contra ella y contra mí mismo, por haberle permitido seguir un camino tan equivocado. Es mi hija, claro, pero por lo mismo no tenía derecho a hacerme eso.

Mañana aparecerá su nombre en los periódicos y los aplausos se multiplicarán en letras de molde. Ella se llenará de orgullo y me leerá en voz alta la opinión laudatoria de los críticos. No obstante, a medida que vaya llegando a los últimos, tal vez a aquéllos en que el elogio es más admirativo y exaltado, podré observar cómo sus ojos irán humedeciéndose, y cómo su voz se apagará hasta convertirse en un débil rumor, y cómo, finalmente, terminará llorando con un llanto desconsolado e infinito. Y yo me sentiré, como todo mi poder, incapaz de hacerla pensar que verdaderamente es una buena pianista y que Bach y Mozart y Beethoven estarían complacidos de la habilidad con que mantiene vivo su mensaje.

Ya se ha hecho ese repentino silencio que presagia su salida. Pronto sus dedos largos y armoniosos se deslizarán sobre el teclado, la sala se llenará de música, y yo estaré sufriendo una vez más.

FIN

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FUENTES:

Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografia de Augusto Monterroso. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona (España). Recuperado de biografiasyvidas.com el 7 de febrero de 2021.

*Monterroso, Augusto. Cuentos. UNAM, México 2008.

lunes, 4 de enero de 2021

ALBERT CAMUS

 



A 61 AÑOS DE UNA MUERTE IDIOTA


  • marco regalado

Su obra, caracterizada por un estilo vigoroso y conciso, refleja la philosophie de l'absurde, la sensación de alienación y desencanto junto a la afirmación de las cualidades positivas de la dignidad y la fraternidad humana, me refiero al gran Albert Camus, por supuesto, el novelista, ensayista y dramaturgo francés, considerado uno de los escritores más importantes posteriores a 1945, y de quién tanto se escucha sobre su enemistad con Sartre, al aceptar Camus el premio nobel de literatura.

Camus nació en Mondovi, en el norte de África, actualmente Drean en Argelia, un 7 de noviembre de 1913, y murió estúpidamente en un accidente de coche en Villeblerin, Francia al regresar a su casa en Paris el 4 de enero de 1960, después de haber calificado que: no existe algo más idiota que morir en un accidente automovilístico…’

Estudió en la universidad de Argel. Sus estudios se interrumpieron pronto debido a una tuberculosis. Formó una compañía de teatro de aficionados que representaba obras a las clases trabajadoras; también trabajó como periodista y viajó mucho por Europa. En 1939, publicó “Bodas”, un conjunto de artículos que incluían reflexiones inspiradas por sus lecturas y viajes. En 1940, se trasladó a París y formó parte de la redacción del periódico Paris-Soir. Durante la II Guerra Mundial fue miembro activo de la Resistencia francesa y de 1945 a 1947, director de Combat, una publicación clandestina.

La historia de su narrativa comienza así: “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.’ Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer…” La historia transcurre en Argelia que sirve de telón de fondo a la primera novela que publicó Camus, “El extranjero” (1942), y a la mayoría de sus narraciones siguientes, sigue diciendo:

“Yo sentía una naturaleza tal que mis necesidades físicas desplazaban a menudo mis sentimientos. Cuanto más reflexionaba, Mario Azeabás cosas desconocidas y olvidadas sacaba de mi memoria. Comprendí entonces que un hombre que no hubiera vivido más que un solo día podría sin esfuerzo vivir cien años en una prisión. Tendría bastantes recuerdos para no aburrirse. (...) Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa donde había sido feliz. Entonces disparé cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que se hundían las balas sin que lo pareciese. Fueron cuatro golpes breves con los que llamaba a la puerta de la desgracia”. 1

Aunque en su novela “La Peste” (1947) Camus todavía se interesa por el absurdo fundamental de la existencia, reconoce el valor de los seres humanos ante los desastres, y es una de sus obras que a mí me gusta tanto:

“La ciudad, en sí misma, hay que confesarlo, es fea. Su aspecto es tranquilo y se necesita cierto tiempo para percibir lo que la hace diferente de las otras ciudades comerciales de cualquier latitud. ¿Cómo sugerir, por ejemplo, una ciudad sin palomas, sin árboles y sin jardines, donde no puede haber aleteos ni susurros de hojas, un lugar neutro, en una palabra? El cambio de estaciones sólo se puede notar en el cielo. La primavera se anuncia únicamente por la calidad del aire o por los cestos de flores que traen a vender los muchachos de los alrededores; una primavera que venden en los mercados. (...) Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa. (...) La felicidad llegaba a toda marcha, el acontecimiento iba más deprisa que el deseo. …sabía que todo iba a ser devuelto de golpe y que la alegría es una quemadura que no se saborea”. 2

De las obras de teatro que desarrollan temas existencialistas, “Calígula” (1945) es una de las más conocidas, pero es en “El extranjero” y el ensayo en el que se basa, “El mito de Sísifo” (1942), revelan la influencia del existencialismo en su pensamiento:

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se le viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación. Se trata de juegos; primeramente, hay que responder. Y si es cierto, como quiere Nietzsche, que un filósofo, para ser estimable, debe predicar con el ejemplo, se advierte la importancia de esta respuesta, puesto que va a preceder al gesto definitivo. Se trata de evidencias perceptibles para el corazón, pero que deben profundizarse a fin de hacerlas claras para el espíritu”. 3

Sus obras posteriores incluyen la novela “La caída” (1956), inspirada en un ensayo precedente; “El hombre rebelde” (1951); la obra de teatro Estado de sitio (1948); y un conjunto de relatos, El exilio y el reino (1957). Colecciones de sus trabajos periodísticos aparecieron con el título de “Actuelles” (3 vols., 1950, 1953 y 1958) y “El verano” (1954). “Una muerte feliz” (1971), aunque publicada póstumamente, de hecho, es su primera novela. En 1994, se publicó la novela incompleta en la que trabajaba cuando murió, El primer hombre. Sus Cuadernos, que cubren los años 1935 a 1951, también se publicaron póstumamente en dos volúmenes (1962 y 1964). Camus, que obtuvo en 1957 el Premio Nobel de Literatura. Termino este brevísimo recordatorio sobre la obra de Camus, con algo que escribiera acerca del oficio de escribir, e invitándolos a leer o releer su obra:

“Jamás he podido renunciar a la luz, a la felicidad de existir, a la vida libre en que he crecido. Pero, aunque esta nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, me ha ayudado sin duda a comprender mejor mi oficio, me sigue ayudando a mantenerme, ciegamente, junto a todos estos hombres silenciosos que no soportan la vida que se les hace en el mundo más que por el recuerdo o el refugio en el remanso de breves y libres felicidades”. 4

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  • (1) El extranjero (fragmento)
  • (2) La peste (fragmento)
  • (3) El mito de Sísifo (fragmento)
  • (4) La misión del escritor (fragmento)

 

JACOB GRIMM

 



Los cuentos que no eran para niños


  • marco regalado

Hubiese sido fascinante ver una pelea entre un gigante con cara de ogro y la muerte a un lado de una carretera. Quién de nosotros no se ha sorprendido alguna vez con aquellos cuentos de Los hermanos Grim, quizá a más de uno le causo alguna pesadilla y hasta humedecer la cama por el miedo que nos acechaba en las sombras después de que leyéramos o nos leyeran una de esas historias; cuántos no vimos y hasta sospechamos que en nuestras abuelas posiblemente se escondía un lobo, la crueldad que encierran los cuentos clásicos; pero ahora, ya de mayores hemos descubierto, que en realidad no eran tan puros e ingenuos como podía parecer cuando nos los leían de pequeños:

Hace ya mucho tiempo, peregrinaba un gigante por la carretera, cuando, de pronto, le salió al paso un hombre desconocido y le gritó:
-¡Alto, ni un paso más!
-¿Cómo? -dijo el gigante-. ¿Quién eres tú para hablarme con tanto descaro, so enano? Como te agarre, te voy a triturar entre los dedos.
-Soy la muerte -contestó el otro-. A mí no me contradice nadie y tú seguirás también mis órdenes.
El gigante se negó y empezó a luchar con la muerte. Fue una lucha tremenda, y finalmente el gigante ganó la partida: le dio a la muerte tal puñetazo, que se desplomó junto a una piedra. El gigante siguió su camino y la muerte permaneció allí vencida, y estaba tan maltrecha y derrengada, que no podía enderezarse de nuevo...
” *

En estas historias es normal encontrar situaciones en las que los padres abandonan a sus hijos a su suerte, como en “Hansel y Gretel”, ya que estos son pobres y no los pueden alimentar. En otros, los niños son devorados por ogros o animales salvajes, como en “Pulgarcito” “Caperucita roja”, por no hablar de otras atrocidades como las mutilaciones o asesinatos en serie sufridos por los personajes de “Las zapatillas Rojas” o “Barba Azul”. Pero, ¿Cómo es posible? ¿Era la sociedad de épocas pasadas insensible hacia estos temas? ¿Acaso necesitaban aquellos niños ser aleccionados con esas terribles historias para prepararlos para los duros avatares de la vida? Probablemente, aunque la respuesta podría ser aún más sencilla, según explica Jesús Callejo en su libro Los dueños de los Sueños. Simplemente aquellos relatos no iban dirigidos al público infantil.

Jacob Grimm fue un investigador y escritor alemán, que junto a su hermano Wilhelm, fueron líderes en el estudio de la filología y el folclore. Los dos hermanos nacieron en Hanau. Jacob nació el 4 de enero de 1785 y Wilhelm el 24 de febrero de 1786, y estudiaron en la universidad de Marburgo. El trabajo científico más importante de Jacob Grimm es la “Gramática alemana” (1819-1837), considerada como el origen de la filología germánica. La segunda edición (1822) contiene “la ley de Grimm de la mutación sonora”, que supone una ayuda para la reconstrucción de las lenguas muertas. Pero sigamos un poco con esa pelea entre el gigante y la muerte y veamos, toda maltrecha, qué es lo que dice la muerte:

“...¿Qué saldrá de todo esto si me quedo tumbada en la esquina? -dijo-. No moriría nadie en el mundo y se llenaría de tantos hombres, que no cabrían uno al lado del otro.
Mientras tanto, llegó un joven por el camino cantando una canción y mirando de un lado a otro. Cuando vio al hombre medio desmayado, se aproximó y, compasivamente, lo levantó, le dio de su botella una bebida reconfortante y esperó hasta que hubo recuperado sus fuerzas.
-¿Sabes quién soy yo y a quién has puesto en pie?- dijo el extranjero mientras se levantaba.
-No -dijo el joven-, no te conozco.
-Yo soy la muerte: no perdono a nadie y no puedo hacer contigo excepción. Pero, para que veas que soy agradecida, te prometo que no caeré sobre ti de improviso, sino que te mandaré a mis mensajeros antes de venir a buscarte.
-Bien -dijo el joven-, siempre es algo positivo saber cuándo llegas; mientras tanto estaré seguro de ti...”
 *

Debemos recordar que en el siglo XVII, el escritor francés Charles Perrault fue uno de los primeros en recoger y dar forma literaria a aquellos cuentos que pasaban oralmente de padres a hijos, eliminando los aspectos más escabrosos, pero no porque fuera dirigido a los niños, sino porque iba a ser leída por la refinada alta sociedad francesa. No fue hasta el siglo XIX cuando los cuentos empezaron a considerarse adecuados para la educación infantil. Los hermanos Grimm, en “Cuentos para la Infancia y el Hogar” (1812 y 1815) recopilaban las historias que edición tras edición, y gracias también a una rígida censura que las consideraba demasiado duras, iban suavizándose y volviéndose más apropiadas para los niños.

Jacob Grimm era filólogo de formación, y durante los años de universidad llegó a interesarse vivamente por la literatura medieval y la investigación científica del lenguaje. En tanto Wilhelm era más bien crítico literario y textual. Después de varios años en Kassel en cargos administrativos y en bibliotecas, los hermanos se trasladaron en 1830 a la Universidad de Gotinga, donde Wilhelm estuvo de bibliotecario y Jacob de profesor asistente. Por razones políticas los hermanos volvieron a Kassel en 1837 y en 1841, invitados por Federico Guillermo IV de Prusia, se establecieron en Berlín, donde permanecieron como profesores de la universidad hasta el final de sus vidas. Wilhelm murió el 16 de diciembre de 1859 y el 20 de septiembre de 1863 Jacob. Pero veamos que sucedió con el buen samaritano que ayudo a la muerte después de su pelea contra el gigante y al que prometió mandar mensajeros antes de que muriera:

El joven: “...Luego siguió su camino, alegre y de buen humor, y vivió al día. Pero la juventud y la alegría no duraron mucho tiempo: pronto llegaron las enfermedades y los dolores, que lo atormentaban durante el día y no lo dejaban en paz durante la noche.
“No moriré -se dijo a sí mismo-, pues la muerte mandará en primer lugar a sus mensajeros, pero me gustaría que pasaran los malos días de la enfermedad
.
En cuanto se sintió sano, empezó a vivir gozosamente. Un día, alguien lo tocó en el hombro y, al darse la vuelta, vio que la muerte estaba tras él, diciéndole...” *

Entre sus otras obras de Jacob Grimm, están: “Sobre los antiguos Meistergesang” (menestrales) alemanes (1811), “Mitología alemana” (1835) e “Historia de la lengua alemana” (1848). Algunas de las obras de Wilhelm Grimm, que incluyen ediciones y discusiones críticas sobre literatura y folclore medievales alemanes, son “Antiguas canciones de gesta danesas” (1811), “Leyendas heroicas alemanas” (1829), “La canción de Roldán” (1838) y “El antiguo idioma alemán” (1851).

Así pues, que los hermanos Grimm estaban interesados en los antiguos cuentos folclóricos alemanes, que recolectaron en muchas fuentes y publicaron como “Cuentos para la infancia y el hogar” (2 volúmenes, 1812-1815). La colección, aumentada en 1857, es conocida como Cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Los hermanos colaboraron en muchos otros libros. En 1854 publicaron el primer volumen del monumental “Deutsches Wörterbuch”, el diccionario alemán de referencia, de 32 volúmenes concluido en 1954, ellos trabajaron en él desde 1852 a 1861. Veamos en que termina nuestra historia entre el joven y la muerte cuando esta llega y le dice:

“-Sígueme: te ha llegado la hora de despedirte del mundo.
-¿Cómo? -contestó el hombre-. ¿Quieres faltar a tu palabra? ¿No me habías prometido que antes de que vinieras enviarías a tus mensajeros? Yo no he visto a ninguno.
-Calla -dijo la muerte-. ¿No te he enviado un emisario tras otro? ¿No vino la fiebre, se apoderó de tí, te sacudió y te derrumbó? ¿No se apoderó de ti el mareo de tu cabeza? ¿No están tus miembros presos de la gota? ¿No sientes ruidos en los oídos? ¿No te roe el dolor de muelas en las mejillas? ¿No ves oscuridad ante tus ojos? Y, sobre todo, mi hermano en carne mortal, el sueño, ¿no te ha recordado a mí? ¿No has estado de noche como muerto?
El hombre no supo qué contestar, se entregó a su suerte y se fue con la muerte."
*

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  • *“Los mensajeros de la muerte”,
  • de “Cuentos para la infancia y el hogar” (fragmento).
  • Fuentes:
  • 1)Biografias y vidas
  • 2)El poder de la palabra
  • 3)Soyointeractive
  • Imagen: La Trobe Universit

 

LA RISA: DEMOSTRACIÓN DE INTELIGENCIA PURA

 



  • marco regalado

La influencia de Henri Bergson en el pensamiento humano es importante, sobre todo el de sus primeras obras, y la influencia no sólo es a los filósofos, también a artistas y escritores del siglo XX. Fue un maestro de la prosa y un brillante conferenciante, su estilo, místico aunque vital, contrastaba con el materialismo formalista de sus semejantes. A menudo asociado con la escuela intuitiva de filosofía, el bergsonianismo es demasiado original y ecléctico para ser así conceptuado. Bergson, sin embargo, sí subrayó la importancia de la intuición sobre el intelecto, al impulsar la idea de dos corrientes opuestas: la materia inerte en conflicto con la vida orgánica, de modo semejante a como el impulso vital se esfuerza por conseguir la acción libre creadora.

“La risa”, publicado en 1900, es un ensayo sobre la base mecanicista de la comedia, y tal vez sea su trabajo más citado:

“He aquí el primer punto sobre el cual he de llamar la atención. Fuera de lo que es propiamente humano, no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser bello, sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo. Si reímos a la vista de un animal, será por haber sorprendido en él una actitud o una expresión humana. Nos reímos de un sombrero, no por el fieltro o la paja de que se compone motiven por sí mismos nuestra risa, sino por la forma que los hombres le dieron, por el capricho humano en que se moldeó. No me explico que un hecho tan importante, dentro de su sencillez, no haya fijado más la atención de los filósofos.” 1

Henri Bergson, elaboró una teoría de la evolución basada en la dimensión espiritual de la vida humana que tuvo una gran influencia en múltiples disciplinas. Nacido en París, el 18 de octubre de 1859, murió un 4 de enero de 1941 en París. Estudió en la École Normale Supérieure y la Universidad de París. Enseñó en varias escuelas desde 1881 hasta 1898, año en que aceptó trabajar como profesor en la École Normale Supérieure. Dos años después fue nombrado para la cátedra de filosofía occidental en el Collège de France.

Posteriormente a ser nombrado catedrático en el Collège de France, se publicó la disertación doctoral de Bergson “Tiempo y libre albedrío” (1889) que produjo mucho interés entre los filósofos. En ella plantea sus teorías de la libertad de la conciencia y del tiempo, al que consideró como una sucesión de instantes conscientes, entremezclados e ilimitados. A esta obra le siguió “Memoria y vida” (1896), libro en el que subraya la selectividad del cerebro humano:

"…Qué somos nosotros, qué es nuestro carácter sino la condensación de la historia que hemos vivido desde nuestro nacimiento, antes de nuestro nacimiento incluso, dado que llevamos con nosotros disposiciones prenatales? Sin duda no pensamos más que con una pequeña parte de nuestro pasado; pero es con nuestro pasado todo entero, incluida nuestra curvatura de alma original, como deseamos, queremos, actuamos... "2

Es posible que “La risa” sea el libro más citado, este ensayo sobre la base mecanicista de la comedia, que tal vez sea su trabajo más citado, pero también lo es “La evolución creadora” de 1907, donde explora el problema de la existencia humana y define la mente como energía pura, ‘el élan vital’ o ímpetu vital, responsable de toda la evolución orgánica. En 1914 fue elegido miembro de la Academia Francesa.

Hacia 1921 Bergson dejó el Collège de France para dedicarse a los asuntos internacionales, la política, los problemas morales y la religión; se había convertido al catolicismo (sus padres eran judíos). En las dos últimas décadas de su vida sólo publicó un libro “Las dos fuentes de la moral y la religión” (1932), donde relacionó su propia filosofía con el pensamiento cristiano. En 1927 recibió el Premio Nobel de Literatura. Pero regresemos a “La risa”, a esa parte del ser humano que nos hace ser distintos, o quizá esa parte que molesta tanto a las solemnidades, dice Bergson: “La risa, lo cómico, se dirige a la inteligencia pura…”

“Probad por un momento a interesaros por cuanto se dice y cuanto se hace; obrad mentalmente con los que practican la acción; sentid con los que sienten; dad, en fin, a vuestra simpatía su más amplia expansión, y como al conjuro de una varita mágica, veréis que las cosas más frívolas se convierten en graves y que todo se reviste de matices severos. Desimpresionaos ahora, asistid a la vida como espectador indiferente, y tendréis muchos dramas trocados en comedia. Basta que cerremos nuestros oídos a los acordes de la música en un salón de baile, para que al punto nos parezcan ridículos los danzarines. ¿Cuántos hechos humanos resistirían a esta prueba? ¿Cuántas cosas no veríamos pasar de lo grave a lo cómico si las aislásemos de la música del sentimiento que las acompaña? Lo cómico, para producir todo su efecto, exige como una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la inteligencia pura”. 3

(marco regalado / 4 de enero de 2013)

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  • 1) La risa. (Fragmento)
  • 2) Memoria y vida (fragmento)
  • 3) La risa. (Fragmento)
  • 4) Imagen: Dibujo de Henri Bergson, colección: El tiempo

 

domingo, 3 de enero de 2021

MARCO TULIO CICERÓN


 


Entre la literatura y la retórica


  • marco regalado

Escritor, político y orador romano. Hoy en día, la obra de Marco Tulio Cicerón casi pasa desapercibida o es visitada muy de paso, muy de referencia; pero se debería ir a conocerla un poco más, sobre todo, en las escuelas de Derecho, donde hasta me atrevería a afirmar, que ni los abogados lo hacen o lo conocen, si bien, sólo se menciona en la Historia del Derecho.

Aunque su carrera política fue notable, Cicerón es especialmente conocido como el orador más elocuente de Roma y como hombre de derecho y de letras, ya lo decíamos. Nació en Arpinum (actualmente Arpino, Italia) y en su juventud estudió derecho, oratoria, literatura y filosofía en Roma.

Cicerón creó un elaborado estilo prosístico que combina claridad y elocuencia, y que se ha convertido en uno de los modelos por medio de los que se juzga toda la demás prosa latina. Su obra contribuyó mucho al enriquecimiento del vocabulario de su propio lenguaje.

Los escritos de Cicerón tratan sobre muchos temas, por ejemplo, sus obras filosóficas revelan su creencia en Dios y en el libre albedrío; casi todos sus trabajos se basan en fuentes griegas y, por lo tanto, aparte de su valor intrínseco, tienen uno añadido como es el de haber divulgado y preservado la filosofía griega que, de no haber sido por él, tal vez, se hubiera perdido.

A partir del 45 a.C. y de la muerte de su hija Tulia, Cicerón se retiró de la política para dedicarse por completo a sus escritos literarios y filosóficos. Destacan sus tratados “De Legibus” (Sobre las leyes), “De Officiis” (Sobre el deber), y “De Natura Deorum” (Sobre la naturaleza de los dioses).

Su obra influyó mucho en el poeta italiano Petrarca y en otros escritores del renacimiento. Sus obras retóricas, escritas en forma de diálogo, en especial “De Oratore” (Sobre la retórica), tienen gran valor como modelos de una consumada retórica y como una rica fuente de material histórico. La más famosas de sus piezas de oratoria son las cuatro contra Catilia, conocidas por “Catiliniarias”, y las catorce contra Marco Antonio conocidas por “Filípicas”.

Entre las obras menores de Cicerón, los tratados “De Senectute” (Sobre la vejez) y “De Amicitia” (Sobre la amistad) siempre han sido admirados por su estilo cultivado. Muy importantes son cuatro colecciones de cartas escritas por Cicerón a sus conocidos y amigos. Estas cartas constituyen una revelación espontánea de su autor y una excelente fuente de información sobre la política y las costumbres de la antigua Roma, y se ocupan de temas que van desde la filosofía y la literatura, hasta las cuestiones familiares.

La familia de Cicerón no era rica ni aristocrática y a pesar de ello, realizó estudios como un patricio. Acerca de su trayectoria política, se dice que tras una breve carrera militar y tres años de experiencia como abogado que defendía a ciudadanos privados, viajó a Grecia y Asia, donde continuó sus estudios; regresó a Roma en el 77 a.C. y comenzó su carrera política; y en el 74 a.C. fue elegido miembro del Senado.

Aunque la familia de Cicerón no pertenecía a la aristocracia romana, los patricios más ricos y poderosos de Roma le apoyaron en su candidatura al consulado en el 64 a.C. por el gran desagrado que les producía el otro candidato, aristocrático, pero menos respetable, Lucio Sergio Catilina. Fue elegido Cicerón, y Catilina volvió a intentarlo al año siguiente con los mismos resultados.

Entonces, airado, organizó una conspiración para derribar el gobierno. Cicerón controló la situación, detuvo y ejecutó a varios de los partidarios de Catilina y a éste lo expulsó del Senado con una ardiente soflama conocida como Catilinarias.

Julio César y otros senadores romanos sostuvieron que Cicerón había obrado con excesiva dureza, sin proporcionar las debidas garantías legales a los conspiradores, como resultado de esto, en el 58 a.C., Cicerón se vio obligado a exiliarse. Tras un año en Macedonia fue perdonado por el general romano Pompeyo el Grande, Cicerón se dedicó a la literatura hasta el 51 a.C., cuando aceptó el encargo de gobernar la provincia romana de Cilicia como procónsul. Regresó a Roma en el 50 a.C. y se unió a Pompeyo, que se había convertido en el mayor enemigo de Julio César. Cuando César derrotó a Pompeyo, en el 48 a.C., Cicerón comprendió que continuar con la resistencia a César era inútil, y aceptó su amistad, aunque mientras César fue dictador de Roma, Cicerón vivió apartado de la vida política dedicándose a escribir.

Después del asesinato de César, en el 44 a.C., Cicerón retornó a la política. Esperando ver la restauración de la República, apoyó al hijo adoptivo de César, Octavio, y más tarde al emperador Augusto, en sus luchas contra el cónsul romano Marco Antonio. Sin embargo, Octavio y Marco Antonio se reconciliaron. Siempre fiel al sueño de querer ver la restauración de la República Romana, Cicerón fue ejecutado como enemigo del Estado, el 7 de diciembre del 43 a.C.

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  • Fuentes:
  • 1)Biografías y vidas
    2)EPDLP
    3)Imagen: "Busto de Cicerón"
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sábado, 2 de enero de 2021

JOHN BERGER

“El sentido de la vista”


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"…Los amantes incorporan el mundo entero a su totalidad. Todas las imágenes clásicas de la poesía amorosa lo confirman. El río, el bosque, el cielo, los minerales de la tierra, el gusano de seda, las estrellas, la rana, el búho, la luna, demuestran el amor del poeta. La poesía expresa la aspiración a esa correspondencia, pero es la pasión la que la crea. La pasión aspira a incluir el mundo entero en el acto de amar. El hecho de querer hacer el amor en el mar, volando por el cielo, en esta ciudad, en aquel campo, sobre la arena, entre las hojas caídas, con sal, con aceite, con frutas, en la nieve, etc., no significa que se precisen nuevos estímulos, sino que expresa una verdad que es inseparable de la pasión. La totalidad de los amantes se extiende, de manera diferente, a fin de incluir el mundo social. Todos los actos, cuando son voluntarios, se llevan a cabo en nombre de la persona amada. Lo que el amante cambia entonces en el mundo es una expresión de su pasión. (...) La totalidad de la pasión oprime (o socava) al mundo. Los amantes se aman con el mundo. (Al igual se podría decir que con todo su corazón o con sus caricias.) El mundo es la forma de su pasión, y todos los sucesos que experimentan o imaginan constituyen la iconografía de su pasión. Por eso la pasión está dispuesta a arriesgar la vida. Se diría que la vida es tan sólo la forma de la pasión…"

John Berger nació en Londres un 5 de noviembre de 1926 y falleció un 2 de enero de 2017 en Paris, Francia. Inició su vida profesional como pintor y profesor de dibujo. Las marcas de la guerra en el futuro incierto de su padre, el radicalismo político postergado de su madre y la dureza de la escolaridad británica lo hicieron anarquista a los quince años, desertor del preparatorio de Oxford a los dieciséis, y alumno rebelde más tarde en la Escuela Central de Bellas Artes. Después del fin de la guerra, su fe marxista, otra escuela de arte, esta vez en Chelsea con profesores artistas como Henry Moore, y el primer oficio, una columna semanal de crítica de arte en el ‘New Statesman’ y el ‘Tribune’, editado por George Orwell.

Su primera novela, “Un pintor de nuestro tiempo”, fue duramente criticada por su aparente simpatía con la dirigencia húngara prosoviética; y su ensayo “Modos de ver”, libro de referencia para toda una generación de historiadores de arte, fue un éxito inesperado. Recibió el Premio Booker por su novela “G”, donando sus beneficios en parte a las Panteras Negras. Más tarde se exilió definitivamente en el continente europeo, en una pequeña comunidad de campesinos en los Alpes y en sus últimos años dividiendo su vida entre un suburbio parisino durante el invierno y el pueblo alpino en verano.

Las novelas de Berger hablan de una dialéctica moderna implacable entre memoria y pérdida, progreso y nueva barbarie. Su trilogía “De sus fatigas”, compuesta de “Puerca tierra” (1979), “Una vez en Europa” (1983) y “Lila y Flag” (1990), es una extendida meditación sobre el camino del campesino que cambia una pobreza por otra en la ciudad. Su novela: “King” es el destino último de la diáspora rural y la contracara más atroz de la utopía urbana. Fue uno de los novelistas y ensayistas más originales y relevantes del mundo anglosajón.

Tres libros básicos de la obra de John Berger podrían ser: “Modos de ver”“El sentido de la vista” y “King”, por supuesto, esto es arbitrario ya que podríamos sumar su trilogía “De sus fatigas”, lo cierto es que Berger es un autor para no pasar por alto y leer sus obras lo más seguido que se pueda, no sólo por dibujantes, pintores e historiadores del arte, sino por todos.

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  • *“El sentido de la vista” (fragmento).
  • Imagen: Plumas libres

 

SI LOS POETAS FUERAN MENOS TONTOS…

  ·          Boris Vian Si los poetas fueran menos tontos Y si fueran menos perezosos Harían a todos felices Para poder dedicarse ...